Una reunión familiar que terminó en tragedia conmociona por estas horas no solo a Australia, donde ocurrió el hecho, sino también a la comunidad internacional. Erin Patterson, una mujer australiana de 48 años, invitó a almorzar a sus exsuegros y a la hermana de su exsuegra, con su marido, el pastor Ian Wilkinson, en la amplia casa que poseía en Leongatha, Victoria. El motivo aparentaba ser noble: deseaba conversar en un clima íntimo y familiar sobre su reciente diagnóstico de cáncer de cuello uterino y discutir cómo comunicar la noticia a sus hijos, de 9 y 14 años.
La anfitriona se esmeró en la cocina, preparando su plato preferido: carne a la Wellington, acompañada de una “duxelle” –una mezcla de hongos finamente picados salteados con manteca y hierbas–, receta en la que afirmaba destacarse. Para preservar la privacidad de la charla, envió a sus hijos al cine. Simon Patterson, su expareja, fue invitado, pero decidió no asistir, alegando sentirse incómodo. Aquel gesto, hoy se sabe, resultó esencial: Simon se libró de compartir el almuerzo fatal que terminaría en la muerte de tres de los comensales.

Las horas siguientes evidenciaron la gravedad de los acontecimientos. Gail y Don Patterson, padres de Simon, junto a Heather Wilkinson, fallecieron poco después de la comida. El único sobreviviente fue Ian Wilkinson, quien logró salir con vida tras recibir un trasplante de hígado de urgencia. Desde el inicio, las sospechas se centraron en los hongos empleados en la preparación: toxicólogos identificaron que la “duxelle” incluía setas letales, las cuales provocaron la intoxicación masiva.
La Justicia australiana no tardó demasiado en clarificar los hechos. Tras un extenso juicio de más de diez semanas y en base a la unanimidad de un jurado, se concluyó que Erin Patterson había actuado intencionalmente, incluyendo hongos venenosos en el menú. Fue hallada culpable de tres homicidios y de un intento de asesinato. Para los investigadores, las relaciones conflictivas entre la acusada y su exfamilia política habrían marcado el trasfondo de la tragedia, si bien el motivo concreto nunca fue enunciado de forma definitiva por la acusación.
El caso generó un profundo debate en la sociedad australiana y una revisión mediática sobre los límites de la confianza en el ámbito familiar. Lo que comenzó como una reunión para afrontar una noticia dolorosa terminó convirtiéndose en un crimen de alto impacto, con consecuencias irreversibles. Erin Patterson, de 50 años al momento de la condena, quedó expuesta a la posibilidad de pasar el resto de sus días en prisión, mientras la pequeña comunidad de Leongatha sigue intentando asimilar el alcance del horror ocurrido puertas adentro.
